lunes, 21 de abril de 2014

Al que cree todo le es posible


 

Marcos 5:25-34 nos relata la historia de la mujer con flujo de sangre. Ella llevaba enferma doce años, buscó ayuda con diferentes médicos  porque estaba desesperada. Gastó todo su dinero para que alguien la sanara, porque sus sueños se apagaban poco a poco al ver que no había cura para esa enfermedad.
Esta pobre mujer, por doce años, experimentó: Los síntomas de su enfermedad (dolor, debilidad, calambres abdominales), soledad al no poder acercarse a nadie porque la consideraban inmunda, no podía casarse ni tener hijos porque era estéril y  gastó todo su dinero buscando una cura.
Un día escuchó acerca de Jesús, que Él sanaba a los enfermos y que justamente se encontraba por su pueblo, así que  se atrevió a ir a buscarlo. Cuando vio a Jesús rodeado de mucha gente, y a pesar de que podían apedrearla por su condición, se metió en medio de la gente, logró acercarse a Jesús y tocó el borde de su manto, porque decía: “Si tocare tan solamente su manto, seré salva” (Marcos 5:28) y al instante su hemorragia paró y fue sanada.
Jesús en ese momento preguntó  quién lo había tocado.  Sus discípulos le dijeron: Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado? Y la mujer se acercó muy temerosa y con voz temblorosa se arrodillo a sus pies y le dijo porque lo había tocado y Jesús le dijo: “Hija,tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana de tu azote” (Marcos 5:33-34)
La última esperanza de esta mujer era Jesús. ¿Alguna vez pusiste tu última esperanza en sus manos?
Hoy en día muchos se encuentran enfermos y buscan por todos los medios que los sanen,  gastan todo su dinero en médicos y hasta buscan brujos que los sanen de su enfermedad sin ningún resultado, pero no se les ocurre buscar a Dios, pues piensan que alguien que no ven, no podrá sanarlos.
Hace más de 10 años me detectaron artritis juvenil, una enfermedad incurable. Acudí a los médicos y me dijeron que no tenía remedio, que tendría que vivir con esa enfermedad y soportar los síntomas que me aquejaban, pero acudí a Dios, al igual que la mujer con flujo de sangre creí, tuve fe de que Él podía cambiar el diagnóstico. Pasó un tiempo y dejé de sentir los dolores y los síntomas que tenía, fui a realizarme un examen y éste resultó negativo, estaba sana, pues mi fe movió la mano de Dios y hoy estoy completamente sana.
Esta mujer se arriesgó, tuvo fe, a pesar de su debilidad se esforzó  para acercarse a Jesús y fue sanada. Es hora de que dejes atrás las viejas costumbres y pongas en acción toda tu fe, toca su manto y sólo sal de allí con la bendición que buscas, ¿No te gustaría escuchar: “Hijo, tu fe te ha hecho salvo; ve en paz, y queda sano de tu azote.”? 

Lourdes Villarroel
    CVCLAVOZ

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