miércoles, 12 de marzo de 2014

MI ESTANDARTE, MI VICTORIA






El uso de banderas data de miles de años atrás. En la antigüedad  y durante el Imperio Romano se usaban los estandartes que eran semejantes a las banderas pero que colgaban verticalmente y servían para identificar a cada legión en el campo de batalla y reunir a sus hombres. Posteriormente aparecieron las banderas, en la época medieval y fueron tornándose, poco a poco, en los emblemas nacionales.
En la Biblia, encontramos referencias de cómo cada tribu de Israel ya contaba con su propio estandarte, que los identificaba. En la actualidad, cada país cuenta con su bandera como símbolo patrio. Todas encierran una historia, sus colores y los elementos que tienen nos  relatan características e historia del lugar.  Cada bandera nos proporciona una identidad como ciudadanos de un país y aunque vivamos lejos de nuestro país de origen, cuando la vemos es casi  imposible no emocionarse y recordar de dónde uno viene.
Pero nosotros tenemos un estandarte que ha permanecido intacto desde el principio de los tiempos y que agrupa a millones de personas de diferentes tribus y naciones. Sin importar dónde estemos. Él va delante de nosotros asegurándonos la victoria, anunciando que no pertenecemos a cualquier pueblo o ejército, sino a uno poderoso.
Cuando Israel peleaba con los Amalecitas, Moisés subió a una colina cercana junto con  Aarón y Hur y cuenta el relato que mientras el patriarca mantenía las manos en alto, levantando la vara, el pueblo de Israel ganaba pero si las bajaba dominaban los amalecitas, por lo que los dos varones que lo acompañaban le sostuvieron las manos hasta que la victoria fue completa. Y fue después de esa batalla que  Moisés edificó un altar en el lugar y lo llamó Jehová-nisi que significa “El Señor es mi estandarte”. (Éxodo 17: 8-16)
Dios, nuestro estandarte, no es sólo un símbolo de guerra sino nuestra mayor identidad. Nuestra vida toma sentido en Él, nuestra historia, nuestros sueños, lo somos, todo se concentra en nuestro Salvador.
Nuestro estandarte no necesita una representación gráfica ni que se le asignen colores ni formas, nuestros corazones lo reconocen donde sea y pueden ver cómo, en medio de la feroz batalla,  se levanta y podemos correr a Él, seguros de la victoria.
“El Señor es mi luz y mi salvación,   entonces ¿por qué habría de temer? El Señor es mi fortaleza y me protege del peligro,  entonces ¿por qué habría de temblar? Cuando los malvados vengan a devorarme,  cuando mis enemigos y adversarios me ataquen,  tropezarán y caerán. Aunque un ejército poderoso me rodee,  mi corazón no temerá. Aunque me ataquen, permaneceré confiado”. Salmos 27: 1-3
Por muy dura que sea tu prueba, por feroces que se vean tus enemigos, no temas, levanta la cabeza y dirígete hacia dónde está tu estandarte, que tus enemigos tiemblan cuando te ven marchar con tu bandera en alto.

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