lunes, 8 de agosto de 2016

IRREPARABLE PERDIDA

Alicia Estévez
alicia.estevez@listindiario.com
Cuando creemos que alguien lo tiene todo, y aparenta la fortaleza suficiente como para enfrentar cualquier reto, no es tan fácil que los demás nos demos cuenta de que esa persona se está desmoronando. Como ocurre con la locura, quien padece una depresión es el primero en detectar los síntomas pero no así la manera de curarlos. En el caso de las mujeres, una psicóloga me comentaba que los foros sobre salud mental empiezan a plantearse  el debate sobre la disparidad entre la cantidad de mujeres que sufren  depresión y ansiedad y los hombres que enfrentan estos mismos problemas. Nosotras les ganamos a ellos por una cabeza y el origen de esta diferencia, me comentaba la psicóloga, está en la enorme cantidad de roles que debemos asumir, y los retos emocionales, físicos e intelectuales, que esos roles conllevan. Somos amas de casa, madres, esposas, profesionales, hijas, y, además, recibimos la presión de la apariencia física que conlleva  una lucha a muerte contra el envejecimiento. Es una lista de requisitos a llenar que a nadie le parecen demasiados, hasta que trata de reunirlos todos y pasar, además, con notas excelentes los exámenes.   La mayoría reprobamos  alguna de las materias,  pero mientras mejor puntuación sacamos lo que entregamos a cambio es más valioso que el aparente éxito logrado.  Porque el yo interno de las mujeres, la persona sana y entera que  pasa de niña a adulta, se desintegra en una carrera en la que nosotras avanzamos tan deprisa que vamos dejando los pedazos  de nuestra estructura emocional sin darnos cuenta que se  desprendieron. El desequilibrio que evidenciamos da pie a la crítica de muchos,  y al apoyo de unos pocos.  Estos últimos son los que notan que algo está pasando con la persona que antes conocieron. Porque, desde fuera, se puede asumir que esas mujeres, que van alcanzado metas y realizando sueños, se convierten en peores personas cada día,  pese a que ellas tratan de mostrar lo contrario, poniéndose, con este esfuerzo, cada vez más presión.  La que por fuera es una mujer de éxito, con un matrimonio de envidia, hijos hermosos y buena posición económica, por dentro puede ocultar un ser humano exprimido hasta el bagazo, aterrado y tambaleante. Sólo que nadie lo nota hasta que un día colapsa y se derrumba mientras observa que el mundo que ella creía que sin su presencia se haría añicos, la familia, el trabajo, los hijos, continúa su agitado curso lamentando mucho, claro,  la irreparable pérdida.

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