miércoles, 20 de enero de 2021

TODOS HEMOS SUFRIDO HERIDAS EMOCIONALES

 


TODOS HEMOS SUFRIDO HERIDAS EMOCIONALES

La felicidad es una decisión, una elección. Una mujer feliz, un hombre feliz, es alguien que tiene confianza en un Dios bueno, misericordioso, que desea lo mejor para sus hijos. Nuestro Creador nos hizo únicos, no hay nadie como nosotros en la tierra; incluso si somos gemelos, aun así seguimos siendo un ser con su propio espíritu y con su propia alma. Precisamente, tú identidad es una identidad espiritual y emocional. Tu carne viene de tus padres, pero tu espíritu y alma vienen de Dios.


Erróneamente, muchas personas dicen si mi madre me hubiera abortado yo nunca hubiera nacido. Eso no es cierto, pues aunque quizás hubieses lucido diferente en tu aspecto físico, Dios ya te tenia en su mente desde antes de la fundación del mundo. Tú no eres una casualidad de una noche de amor de tus padres. Tú eres parte del plan de Dios para toda la humanidad. Y es ahí donde esta mi certeza de que Dios te envió a este mundo para que vivas en paz y felicidad.

Pero la felicidad no es un acto de magia, ni tampoco es el producto de Dios tronar sus dedos y todo suceder como tú deseas. Aunque es cierto que “todo obra para bien para aquellos que amamos a Dios”, esta vida es un proceso de un diario vivir que incluye causas y efectos de nuestras decisiones y de las decisiones de otros. Además, parte de ser feliz viene del aprender de nuestros errores, de reconocer que en la vida hay límites y de saber cuando luchar para superar esos limites o cuando aceptarlos y esperar en el Señor.

Soñamos con tenerlo todo, pero no podemos tenerlo todo ni serlo todo. En lugar de perseguir fantasías, abraza la obra que tu Padre Eterno esta haciendo en ti, y eso te llenará de mucha alegría. Cada uno de nosotros es un ser en devenir perpetuo, en una continua transformación en las manos del Alfarero. No somos la misma persona a los diez, que a los treinta, que a los cincuenta, o a los setenta. A medida que pasan los años, surgen nuevas necesidades, aparecen otras facetas de nuestra personalidad.

Una mujer feliz, un hombre feliz, es alguien que está en paz con los demás. Hay personas con las que tenemos afinidades. Hay personas que no nos corresponden. Hay personas con las que compartimos un camino por un tiempo y luego las carreteras se separan.

La felicidad es saber que los demás tienen derecho a ser diferentes de nosotros y que es inútil querer transformarlos, poseerlos, y mucho menos juzgarlos o condenarlos. A menudo tenemos un modo de relación de fusión con el otro, no solo en el amor de pareja pero también en la amistad. Es como si quisiéramos hacer de nuestras relaciones algo similar a cuando teníamos el vínculo del cordón umbilical con nuestra madre. Y ese tipo de relación, sea con quien sea, es dañina y nos impide alcanzar nuestra felicidad.

La mayor parte del tiempo nos preocupamos por eventos que nunca ocurrirán, o que si ocurren será de una manera diferente y mucho más agradable de la que temíamos. Es genial estar vivo. La vida es un regalo del Señor. Y además, cuando uno sabe ponerse en estado de vigilancia, se da cuenta de que el Espíritu Santo nos llena de regalos todos los días, día tras día. La felicidad sí es posible y es definitivamente parte del diseño de Dios.

Nuestro proceso de curación emocional comienza con nuestro llamado divino. Con el llamado, Dios imparte a nuestra mente una revelación espiritual que previamente no estaba disponible para nosotros. Dios quita nuestras anteojeras espirituales, lo que nos permite vernos más como realmente somos.

Dios es amor. Eso es lo que Él es. Sus pensamientos son amor. Su motivación es amor y siempre lo será. "Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que vive en amor, vive en Dios, y Dios en él" (1 Juan 4:16). Es el deseo de Dios que nosotros también estemos motivados por su amor y que seamos sanados en todas las áreas de nuestro ser por la capacidad de su amor. Él quiere que lo amemos, que amemos su verdad y que nos amemos los unos a los otros y que nos amemos a nosotros mismos.

Debemos rendirnos a Dios, a su Espíritu, permitiendo que su amor, no un espíritu egocéntrico negativo, nos motive. Así, el amor “ágape” de Dios se convierten en nuestro código de vida a lo largo del proceso de curación emocional. Jesús dijo: “El ladrón no viene sino para hurtar, y matar, y destruir: yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia" (Juan 10:10).

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